divagaciones, elucubraciones, epistolas, despachos, pensamientos, emociones, caminatas y sobre todo vuelos acerca y desde las lejanas tierras del fin del mundo, entre la Cordillera y el Mar. Las palabras aqui empleadas solo representan el sentir subjetivo de quien las escribe, osea, yo mismo mismamente. Eso sería...

sábado, noviembre 05, 2005

Un "amigo" en tu camino

Verde que te quiero verde

Soy relativamente malo para las fechas, mas que para las fechas especificas, para los años...

Esto sucedió allá por la primera mitad de la década de los 90’s, en la Sexta Región, en los tiempos de la pasión de multitudes, esa misma que me llevó por medio Chile, conociendo el terminal de buses local, el estadio y más de algún viejo “cuentahistorias” en una “chicheria” (bar, cantina y/o similar)...

En aquella oportunidad se enfrentaban en el campo de juego la escuadra local O’Higgins con nuestra querida Universidad de Chile. En esa linda época en que el “jurgol” no era (o se notaba menos), el negocio en que se ha transformado hoy en día. Ha de haber sido primavera porque sí recuerdo con claridad la presencia de un calor de los 144.000 demonios (uff). Viajamos con algunos pocos pesos en los bolsillos, cosa nada de rara, lo justo para comprar la entrada al partido, los pasajes en bus de ida y vuelta y algo “para la sed” (siempre es posible no comer, pero uno no puede correr el riego de deshidratarse, je je). El viaje fue de noche, seguramente cruzando las dos prioridades importantes en esa época, a saber, 1- que fuera lo más tarde posible para no llegar allá a las 4 de la mañana y 2- el más baratito.

Así las cosas nos fuimos cerca de la media noche de aquel viernes, arribando a nuestro destino pasaditas las 5 de la mañana. Aquel trío de “extranjeros”, René, el “Primo” (que no era primo de nadie que yo supiera) y su humilde narrador, emprendieron la madrugadora marcha hacia el centro de la ciudad de Rancagua. Fieles a nuestras costumbres adquiridas en estas tierras del fin del mundo apenas nos fue posible compramos algo para aplacar nuestra sed, una cervecitas nunca vienen mal sobretodo con calor, lo hicimos. Así que paseamos por las calles felices y contentos...

Viendo que era de una total provocación a la autoridad y por lo demás contrario a la legislación vigente, decidimos luego de eso consultar a algunos lugareños por algún recinto donde adquirir nuestra entrada al compromiso deportivo que dicho sea de paso era el objetivo de la aventura. Siguiendo al pie de la letra las indicaciones de un rancagüino llegamos a la sede del O’ Higgins, cual no sería nuestra sorpresa al enterarnos de que podíamos comprar entradas de “estudiante” a mitad de precio (yupi !!), lo cual nos dejaba un margen de dinero para comer alguna porquería.

Ya con el ingreso asegurado nos dispusimos a buscar un lugar tranquilo donde “almorzar” (nótese que ya habían pasado varias horas y el partido era como a las 6 de la tarde). De esta forma camina que camina llegamos a una avenida con un gran bandejón central y con edificios de departamentos a ambos costados. Pastito, árboles... el lugar ideal. Nos tendimos a descansar un buen rato, al fondo de la avenida habían unos negocios donde fuimos a comprar algunas cervecitas para “el calor” (no para nosotros eh), y allí estuvimos disfrutando “sanamente” (la cerveza es de cebada y la cebada es un cereal), de nuestra libertad. Al rato nos entretuvimos jugando con unos chicos a “la pelota” luciendo nuestras precarias dotes futboleras. Tamaña actividad física nos despertó el apetito, así que raudamente juntamos algo de dinero ahora si para almorzar. Compramos un tarro de jurel (el mítico “jurel tipo salmón”, bendito sea), algunos panes, un “sachet” de mayonesa, otro de ají y una cajita de vino blanco. Los que saben de la buena mesa tendrán absolutamente claro que el pescado tiene por acompañamiento clásico la citada bebida. Como mi amigo René es un tipo preparado llevaba consigo unos “tupperware” en donde prepararíamos nuestro festín. Nos encontrábamos en aquellas tareas culinarias cuando derrepente vemos que se acerca un furgón de carabineros (léase también los pacos en la cuca). Rápidamente deposito con todo cuidado la cajita bajo una de nuestras mochilas, totalmente cerrada y dentro de una bolsa plástica. Llega uno de estos señores y tras saludarnos muy “amablemente” (es cierto), nos consulta acerca de nuestras actividades: “somos de Conce y vinimos a ver el partido”, proseguimos con la amena charla cuando de quien sabe donde aparece uno de esos simpáticos carabineros de las motos (una “tortuga ninja”), y con esa agilidad que solo ellos tienen detiene la moto, salta de ella, camina hacia nosotros le da una patada a la mochila apunta la pobre cajita y exclama:

- y esa güea ¿QUÉ ES?
- Mm, pues es una caja de vino, pero está cerrada – le dije.
- Si, seguro güeón que se la llevaí a tu papá – respondió irónico.
- Ya agarren sus güeas y métanse al furgón...

No tenía sentido discutir...

Una vez que ya estabamos dentro del furgón, lamentándonos de nuestra poca fortuna, éste se comenzó a llenar de ocupantes, en total 11, nosotros tres y 8 más que se estaban tomando una lata de cerveza para todos (!!!).
Uno de ellos dice:

- Oye cabros ¿y ustedes tienen algo más?
- No, solo esta caja de vino.
- Puta, ”losotros” “tinimos” unas de pisco también.
- Ya puh, hay que puro tomarse las güeas – dice el “primo”

Resumiendo llegamos a la comisaria y nos bajamos del furgón en manifiesto estado de ebriedad, a esa velocidad era que no..., bajando del furgón nos echaron a unos perros, nos trataron con mucho “cariño”, etc... Luego aparece un Sargento o Teniente (a esa altura los únicos grados reconocibles eran los 6º de la cerveza, los 12,5º del vino y los 35º del pisco), y muy amablemente nos dice a todos:

“Al partido querían ir los güeones, pues sepan que yo soy de la “Garra Blanca” así que ningún güeón se va antes de las 9 de la noche de esta güea” – nótese el perfecto dominio de español.

Por cierto la “Garra Blanca” es la barra del archirrival de nuestra querida Universidad de Chile (aclaración para los extranjeros).

Bueno, pasamos todos al calabozo (incluso 3 chicos menores de edad, que según este “sargento” cumplían años ese mismo día), dejando nuestras cosas de “valor” en la oficina principal, obviamente algunos de nosotros tuvimos la precaución de guardar nuestra entrada en la zona “testicular” por si acaso..., nos llevaron en filita hasta nuestra acogedora celda, y cuando el último de nosotros, René iba entrando el paco le propina un manotazo en todo lo que es cabeza. René da vuelta la cara y le dice: “usted se ensaña conmigo y todo porque soy el más débil” (René es grande y macizo así que la ironía es obvia).

Allí pasamos algunas horas muy entretenidos, hasta que llegó un paco abrió la puerta del calabozo y dijo:

“los güeones de Conce pa’ fuera que viene llegando otros”

Salimos de ahí, a pagar nuestra multa ($500), mientras nos devolvían nuestras pertenencias y brillaba nuestra sonrisa por tener aún la posibilidad de ir a ver el partido. El primo se comienza a comer el jurel allí en la oficina dejando el ambiente con un agradable aroma a pescado en lata. Ante este hecho el oficial de guardia lo mira con ternura y le dice:

“Chancho culia’o anda a comerte esa güea afuera o si no te dejo aquí hasta el lunes”

... obviamente nos fuimos...

Colocábamos los cordones de nuestras zapatillas fuera de la comisaría y llega un paco y nos dice que dice su sargento que si no salimos de ahí en 5 segundos nos vuelve a meter... corrimos por la calle como alma que lleva el diablo. Que simpáticos son los pacos de Rancagua.

No sé si nuestro equipo ganó ese día, pero sí entramos al estadio y por lo menos yo, me traje una historia que contar...

La nota freak de hoy es bastante posterior en el tiempo. En la época en que comenzaban a aparecer los carriers en este país, hubo algunas promociones que regalaban minutos de llamadas de larga distancia, La de Chilesat por ejemplo, había que llevar algún documento que tuviera el número 177 y regalaban 50 minutos en llamadas. Revisé mi billetera y si, mi boleta de la multa por beber alcohol en la vía pública aquella vez era la Nº 177. Fui a la oficina comercial de Chilesat a cobrar mi premio... el que me atendió no la podía creer y se paseo con mi multa por toda la oficina, mientras todo aquel que la veía se “cagaba de la risa”, volvió donde mi y me dijo que si, que servía, me dio mi tarjetita de minutos telefónicos, me timbró la multa (para que no cobrara de nuevo), le sacó una fotocopia y la pegó en el diario mural.

Como ven todo tiene su lado positivo...

Je je